Una argamasa de papel mojado. Entrevista a Andrés García Suárez

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andrés garcía suárez

Cuando murió Cary, los tres hijos del anterior matrimonio se disputaron su tenencia. Andrés García Suárez cumplía entonces unos 80 años de lucidez. Una lucidez que amenazaba con desmoronarse: la mujer de su vida, aquella dama del lunar en la mejilla que aparece en las fotografías del sitial histórico-romántico de su pared —una mujer inteligente, de maneras tranquilas pero “de una fuerza de carácter extraordinaria”, quien lo acompañó por más de 20 años, los mejores de su vida, sin discusión—, había perdido la batalla contra el cáncer.


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Ahora me enseña, una por una, las fotos del sitial. En una está ella con el pelo suelto, largo, que le llega a la cintura; en otras, con el uniforme de los “Camilitos”, donde permaneció durante más de una década como alumna primero y profesora después. En otra, con una peluca rubia…

“Los médicos le advirtieron que ese cáncer empezaba en grado tres. Le quedaban muy pocos meses de vida. Vivió algún tiempo más de lo previsto. A partir de ese día, empecé a escribir sobre ella. Escribí dos libros y uno de poesía. No eran para publicar ni nada, sino para desahogarme. Mojé mucho papel… mojé mucho papel escribiendo esos libros”.

En la calle de Cristina, entre Santa Clara y Dorticós, hay una reja con un candado abierto. Si cruzas la reja, te encuentras un pasillo largo, muy largo. Una especie de corredor. Al final del pasillo está Andrés García Suárez en medio de la tranquilidad casi absoluta de las diez de la mañana.

En la sala, hay un estante con fotos de los hijos, de los nietos. Hay medallas de la UPEC, del Bicentenario de la Fundación de la Ciudad. Sobre la mesa, algunos libros.

“Te voy a servir un poquito de café —dice ahora—. Mis hijos me tienen muy bien abastecido. Entra para acá, para la cocina. No te fijes en el reguero, que esta es la cocina de un hombre que vive solo”.

Antes de llegar a la cocina, primero hay que pasar junto a la máquina de escribir.

¿Con esa máquina redactaba sus trabajos?

“Con esa máquina de escribir escribo aún. La impresora se me rompió y no puedo hablar sobre un tema sin antes haberlo desarrollado por escrito. Siempre fui un muy mal orador”.

Le pregunto entonces por sus hijos. Me habla del menor de los tres, el “loco de la familia”, que vive en Junco Sur. Me habla del que está en los Estados Unidos; y me habla del otro, el del medio, que intentó irse y tuvo que pasar por siete cárceles diferentes, donde no lo dejaban dormir y lo transportaban esposado de aquí para allá, hasta que al final lo deportaron.

“Yo le había advertido. Cuando nos vimos, me abrazó muy fuerte y me dijo: papá, qué bien tú conoces a esos tipos”.

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Junto a la fallecida luchadora revolucionaria Lutgarda Balboa Egües./Foto: Modesto Gutiérrez (ACN)

Cuando le pregunto por el levantamiento del 5 de Septiembre de 1957, me dice que el libro que publicó junto a Orlando García Martínez (presidente provincial de la Uneac, organización en la cual Andrés milita; como también en la Upec, de la cual fue el primer presidente en Cienfuegos), es prácticamente la investigación de su vida. Empezó las entrevistas a algunos participantes, incluso antes de ejercer como periodista. Luego siguió preguntando, contrastando fuentes, ya de manera profesional, hasta que se encontró con Orlandito, quien a la sazón era Jefe del Archivo Histórico de Cienfuegos. Uno, con los testimonios, se complementó con el otro y sus documentos y su rigor histórico. 

“Esa es la obra de mi vida. La de Orlandito no, porque a él aún le queda mucho por vivir. Nos pasamos décadas investigando y al final llegamos a la conclusión de que el alzamiento fracasó porque muchos dirigentes de la Marina, en La Habana, no lograron ponerse de acuerdo con la repartición del pastel. Muchos de ellos eran burgueses que solo pensaban en el quítate tú pa’ ponerme yo”.                                                        

Cuando le digo que me parece impresionante que casi con 90 años disfrute de tanta salud y tanta claridad mental, me responde que tiene más claridad mental que salud, y que incluso no pudo ir a Santiago de Cuba a presentar una investigación sobre Osvaldo Dorticós Torrado, su jefe en el Movimiento 26 de Julio, porque su columna no iba a aguantar un viaje de tantas horas.

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Andrés saluda a Julio Camacho Aguilera, uno de los líderes del 5 de Septiembre, suceso narrado en artículos y libros por el periodista y escritor./Foto: Modesto Gutiérrez (ACN)

Después, Andrés García Suárez me hará el cuento de su amigo José Gregorio Martínez, el Yanki, a quien mató un francotirador cuando el alzamiento del 5 de Septiembre.

Usted me comentó una vez que fue padrino de su boda…

“Bueno, testigo de su boda más bien. La verdad es que yo fui el único que entendió ese matrimonio con Osdalia Reitor. José Gregorio sabía que en cualquier momento podía perder la vida. Y la verdad es que ellos se amaban mucho. Aunque algunos le dijeran que no estaba bien que se casara con ella para dejarla viuda en tan poco tiempo, el Yanki (así le llamaban por su fisonomía y pelo rubio) no quería morir sin antes desarrollar a plenitud su amor por Osdalia. Yo eso lo entendí siempre”.

EN QUÉ OTRO CONFÍN DEL PLANETA

Con 88 años este martes, parece que aún le queda toda la vida por vivir. Incluso, la vida profesional. Lo parece, de verdad lo parece.

Aunque la vejez haya sido, luego de la muerte Cary y de tantas heridas, una argamasa de papel mojado, Andrés García Suárez sabe que su máquina de escribir lo estará esperando para verter el contenido de su pena. Y es precisamente en el oficio, donde la pena se vuelve optimismo: ¿En qué otro confín del planeta habrá amaneceres como el nuestro?, se preguntó hace apenas unos meses en las páginas de este semanario.

“El periodismo salva. No tengo internet, ni siquiera lo he pedido. No tengo muchos entretenimientos. Mi entretenimiento es este”, me dice cuatro horas después de haber empezado el diálogo, cuando ya empiezo a buscar las palabras con las que me voy a despedir de Andrés García Suárez.

Tomado de 5 de septiembre


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