Las distorsiones en la cadena del pan en Cienfuegos

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Cuando los pestillos perdieron poder y se abrieron las puertas del punto de venta de la discoteca Benny Moré, perteneciente a la sucursal Palmares del Ministerio del Turismo, en el estante metálico solo había cuatro bolsas de panes y una representación escuálida de moldes de pizzas.  

Quienes habían visto el movimiento de descarga del grupo empresarial Servisa en horas tempranas del propio 7 de noviembre, no podían sostener sobre su cabeza tal ironía. El “recibí poco pan”, que les lanzó el dependiente, solo agudizó el dolor en medio del pecho. Y las manos pasaron a la cabeza como quien acaba de perder la soga que saca el agua del pozo.

Ese día, según documentos de Servisa, a la unidad estatal habían llegado 45 bolsas de pan (en dos formatos) y 50 estuches de moldes de pizzas. Cantidades que “cogieron camino” mucho antes del inicio oficial de la venta, sin que eso representase para quienes deben controlar algún disturbio. No se habla de la mitad de la mercancía, sino de más del 90 por ciento de lo recibido, que salió directo a las mochilas del sector turístico o a de los amigos de la industria del ocio.

“Los trabajadores de la discoteca compraron el pan. Ellos laboran aquí y tienen ese derecho…”, dijo a la prensa el jefe de mantenimiento del centro recreativo una vez que el análisis del problema tomó otras dimensiones en busca de la verdad, algo que el administrador también reconoció sin que sonora una alegoría de mal gusto. ¿Palmares autoriza allí líneas de venta para el público interno y lo que queda entonces es para el externo? De ser así, deberían poner un cartel que defina el servicio y la gente no haría colas en vano, no madrugarían para atrapar ironías en lugar de surtir sus jabas cotidianas.

Ese día se comprobó que algunos trabajadores habían adquirido hasta seis bolsas de pan a espaldas de la enorme cola que pisaba desde muy temprano el bulevar de Cienfuegos. El ejemplo ilustra distorsiones en los servicios estatales y los modos en que buenas estrategias de mercado terminan sepultadas por la propia tierra que les dio sostén. No solo hay “turbulencias” en buena parte de lugares de venta de Cienfuegos, sino también en la calidad de las producciones. Y el pan las muestra en su cotidianidad, ya sea el de la bodega, como el de panaderías especializadas.

“Yo antes compraba en la panadería Juraguá, donde hace unos meses están haciendo un pan desastroso; ahora me fui al Marino, de La Calzada, porque tiene mejor sabor y apariencia, no puedo comprar el que venden en divisa, aunque ahí también las colas son terribles (…) El pan baguet que de cierta manera vino a sustituir el duro, estaba bueno cuando empezó; de un tiempo para acá no está igual ni en tamaño ni en calidad (…) A veces lucen palitroques largos”, afirmó Reinaldo Almeida Soto, jubilado cienfueguero.

A diferencia de las producciones de Servisa la Empresa Cubana del Pan hoy asume el reto de generar el alimento con harina de bajo gluten (por debajo de 26), levadura de baja calidad, estufas viejas y una fórmula de elaboración que prácticamente no lleva grasa e incluye porcentajes de harina integral en toda su gama de alimentos. Tal pareciera que nace torcido desde la propia concepción del Ministerio de la Alimentaria.

“Cuando uno le coloca materias primas inadecuadas, a los panaderos nos quedamos muchas veces desarmados para exigirles calidad (…) No obstante, hemos tenido un trabajo sostenido en el control y sabemos que debemos mejorar mucho más”, dijo a la prensa Raúl Valdés Mantecón, director de la Empresa Cubana del Pan.

Ante producciones que no cumplen las expectativas de clientes y son el resultado de violaciones tecnológicas, debía sostenerse más allá del papel la reducción de los precios, algo que rara vez ocurre en esas entidades. Otro tema que pende sobre el pan es la veracidad de su peso, a veces, el de bola de dos pesos se parece al de 0.80 centavos y el baguet a un desproporcionado palitroque. No es en todas las panaderías ni en los mismos turnos, pero está latiendo como corazón quinceañero.

Ante la alta demanda del alimento se prohibió su venta a los llamados mensajeros que antiguamente lo colocaban en las comunidades, no obstante, siguen vivos por la ciudad y con precios astronómicos.

Otras insuficiencias se prolongan en la mesa familiar, y se extrañan como hijos que se becan, pero la ausencia del pan, ese “ser” universal, resulta doblemente perturbador. Nadie tiene derecho a ponerle más tildes a la semántica económica que Cuba padece, y sobre ese actuar debemos volcarnos todos. 

Tomado de 5 de septiembre