Alan Rafael y Marko asisten por vez primera a la escuela este 28 de noviembre, y desde septiembre tienen uniformes y mochilas alistados para el gran acontecimiento, que este año tiene un comienzo distinto, el que una pandemia nos impuso, entre confinamiento y encierros; pero que también se iluminó con una soberanía de vacunas para todos los niños, en garantía de regresar a una normalidad que permita aprender, y también socializar con sus condiscípulos.

La mañana de este lunes tiene los colores de la Bandera cubana: rojo, azul y blanco, y en las paradas de los ómnibus, calles, caminos y trillos de toda la geografía nacional, los muchachos van a sentarse a un aula, con el sueño de viajar por los caminos del saber, reencontrarse con los amiguitos y maestros, o conocer a los nuevos.

Huele a libros y grafito de lápices, no importa que estén manoseados y marcados, que la mochila sea la del ciclo anterior, remendada, o que la merienda resulte lo esquilmado en las exiguas despensas de los hogares, eso sí, compartido con el que lleva menos; lo mejor está allí, en el pupitre con sus marcas, en leer el pizarrón con el polvillo de las tizas, en escuchar a la maestra y hasta recibir un regaño por conversar.

El ambiente es incomparable con la pantalla de cualquier tecnología, lo que allí en la escuela se aprende es para siempre, y va a las arcas de la riqueza, esa que jamás quiebra, sin importar los altibajos de la vida.
Las universidades también se llenan de muchachos hermosos, los que desde ya construyen el mañana, y tampoco importa si la ropa es de marca, el teléfono de última generación, la laptop colgada del hombro.., no, lo que allí vale es la actitud y aptitud de ser mejores seres humanos y sociales, que pertenezcan a la única élite de la amistad, solidaridad y el amor; de apertrecharse de todas las herramientas para construir y perfeccionar una cuba posible. Vayamos pues a las aulas con la filosofía de saber más, para fundar y crear, en una jornada de festividad familiar.

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