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Villena: revolucionario y poeta de la vida

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Villena revolucionario y poeta de la vida

Este 20 de diciembre se conmemoran 123 años del nacimiento de Rubén Martínez Villena. En él se articularon poesía y revolución de un modo singular. Su verso y su prosa vibraron de ardor, riqueza poética con la que emuló con ímpetu mayor la poesía de su existencia.

Villena fue coherente hasta sus minutos finales mutilados por la saña de una enfermedad que, a pesar de ello, no le impidió desde su lecho de muerte ser guía y partícipe de la lucha final contra la tiranía de Machado.

Al igual que su poesía, atavió letras con ensayos y cuentos en los que manifestó su compromiso como hombre de su tiempo: una temporalidad que le hizo trascender. En 1923 escribió Mensaje lírico-civil, poema compuesto por 57 estrofas de dos versos cada una, con catorce sílabas métricas;concebido a raíz de la protesta contra los manejos por la compra ilegal del Convento de Santa Clara. Junto con la denuncia, dibujó una panorámica de la realidad cubana, su pensamiento martiano, antimperialista y la vocación latinoamericana que lo caracterizó.

Expresión lírica de La Protesta de los Trece que dio a la luz la exigencia histórica de Hace falta una carga para matar bribones, para acabar la obra de las revoluciones.

Su poesía era un torrente, saturado de lo existencial. La sinceridad está manifiesta en cada imagen que cinceló como estatua viva sobre sus propias carnes. Para el poeta no hubo tapujos: iba siempre a lo directo, y lo hizo con la desenvoltura de la sencillez cuando se aparea con el cabaldominio del idioma.

Contenido y forma desvelan el ímpetu de un alma que hizo de luchar su mejor poesía. Basta que evoquemos su poema El Gigante, donde dice:

Hay una fuerza/ concentrada, colérica, expectante/ en el fondo sereno/ de mi organismo; hay algo, / hay algo que reclama/ una función oscura y formidable. / Es un anhelo/ impreciso de árbol; un impulso/ de ascender y ascender hasta que pueda/ ¡rendir montañas y amasar estrellas!/ ¡Crecer, crecer hasta lo inmensurable!”.

Romántico sin proponérselo, lo fue desde una condición humana propensaa la entrega. Supo dejar a un lado la poesía sobre el papel para escribir esa otra que latió como parte de su razón devida.

Amó como cualquier ser humano, y llevó ese sentimiento a límites mayúsculos, comoun ser humano común. Lo hizo con la sensual esencia de la carne sin reducir la fuerza del espíritu.

Te vi de pie, desnuda y orgullosa

y bebiendo en tus labios el aliento,

quise turbar con infantil intento

tu inexorable majestad de diosa.

Expresó de manera natural su idea de la vida, liberada de los adornos superfluos acostumbrados en los decires poéticos de entonces.

Concibió amor, adioses, renuncias, vida y muerte cual realidades omnímodas; esas que si ignoramosprivan de sentido a la existencia. Imbuido de ciclo vital y su esencia inexorable, lo hizo patente en Canción del sainete póstumo que a modo de colofón les comparto en esta reseña.

Yo moriré prosaicamente, de cualquier cosa

(¿el estómago, el hígado, la garganta, ¡el pulmón!?),

y como buen cadáver descenderé a la fosa

envuelto en un sudario santo de compasión.

 

Aunque la muerte es algo que diariamente pasa,

un muerto inspira siempre cierta curiosidad;

así, llena de extraños, abejeará la casa

y estudiará mi rostro toda la vecindad.

 

Luego será el velorio: desconocida gente,

ante mis familiares inertes de llorar,

con el recelo propio del que sabe que miente

recitará las frases del pésame vulgar.

 

Tal vez una beata, neblinosa de sueño,

mascullará el rosario mirándose los pies;

y acaso los más viejos me fruncirán el ceño

al calcular su turno más próximo después…

 

Brotará la hilarante virtud del disparate

o la ingeniosa anécdota llena de perversión,

y las apetecidas tazas de chocolate

serán sabrosas pausas en la conversación.

 

Los amigos de ahora –para entonces dispersos—

reunidos junto al resto de lo que fue mi «yo»,

constatarán la escena que prevén estos versos

y dirán en voz baja: —¡Todo lo presintió!

 

Y ya en la madrugada, sobre la concurrencia

gravitará el concepto solemne del «jamás»,

vendrá luego el consuelo de seguir la existencia…

Y vendrá el mañana… pero tú ¡no vendrás!…

 

Allá donde vegete felizmente tu olvido

—felicidad bien lejos de la que pudo ser—,

bajo tres letras fúnebres mi nombre y mi apellido,

dentro de un marco negro te harán palidecer.

Y te dirán —¿Qué tienes?… Y tú dirás que nada;

mas te irás a la alcoba para disimular,

me llorarás a solas, con la cara en la almohada,

¡y esa noche tu esposo no te podrá besar!

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