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    Un maestro de Cienfuegos que lleva luz a Panamá

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    Un maestro de Cienfuegos que lleva luz a Panamá 800x445

     

    Hace 25 años ninguno de los dos hubiésemos imaginado esta circunstancia fuera del aula en la que coincidimos entonces. El alumno y el maestro ahora en los roles de periodista y entrevistado. Alfonso Efraín Cruz Ferreyra era en aquel tiempo un joven docente, que recién daba sus primeros pasos en la faena de educar. Lo recuerdo afable, cercano, sonriente, y lo es aún luego de tantas estaciones corridas. Hoy se desempeña como coordinador de la brigada educativa cubana en la República de Panamá, a donde arribó en diciembre de 2018 con el encargo de llevar adelante la alfabetización de miles de personas en ese país.

    Datos del último censo de la nación istmeña revelaron la existencia de más de 100 mil analfabetos, concentrados, fundamentalmente, en zonas intrincadas de su geografía. Se trata de una realidad por erradicar que cuenta con el apoyo de Cuba desde 2007 y sumaba, a finales del pasado año, alrededor de 145 aulas, con la asistencia de unos 680 estudiantes, la mayoría de ellos ancianos, mujeres y miembros de pueblos indígenas. Todavía más complejo, distinto y retador lució este escenario, cuando el experimentado profesor cienfueguero pisó suelo panameño.

    ¿Qué situación encontró a su llegada? ¿Cuáles fueron las primeras impresiones?

    “Panamá, al margen de disponer de riquezas, con un canal interoceánico por donde fluyen grandes coutas del comercio mundial, tiene muchos contrastes. Por un lado se aprecia esa prosperidad económica, mientras en las regiones más vulnerables son numerosas las poblaciones iletradas. Desde que la colaboración cubana se enroló en el programa Muévete por Panamá hemos alfabetizado a más de 77 mil 230 personas, un por ciento muy elevado.

    “Esto lo conseguimos a través del método Yo sí puedo, el cual es muy inclusivo y no deja a nadie afuera. Se aplica desde edades tempranas, a partir de los diez años, y sigue una secuencia que comprende a iletrados puros (personas que nunca fueron a la escuela o abandonaron las instituciones de enseñanza sin saber nada), semiletrados (aquellos que vencieron el segundo o tercer grados), y a otros con necesidades educativas especiales, a los que ofrecemos una atención diferenciada.

    “A partir de ahí, ha sido posible que muchos aprendan a leer y a escribir y puedan continuar con sus vidas, pues nosotros no solo alfabetizamos; trabajamos en el Ministerio de Desarrollo Social, y mediante alianzas y convenios con organismos del Estado buscamos que prosigan los estudios en los niveles subsiguientes o emprendan un proyecto que los ayude a enfrentarse a la sociedad”.

    Cruz Ferreyra subraya el alcance de esta labor en un país de amplia diversidad cultural, con cinco regiones comarcales donde residen siete etnias indígenas, cerca de 417 mil 560 habitantes, el 12 por ciento de su población total. Por eso apunta a los resultados como logros a enaltecer, al cabo de catorce años de la misión educativa de la Isla en tierras panameñas.

    Unas diez millones de personas, de 30 países, han sido alfabetizadas con el método cubano Yo sí puedo. ¿Cuán efectivo es en Panamá?

    “Tiene un impacto sorprendente. Esta herramienta, alfanumérica, hace corresponder un número a cada letra del alfabeto. Parte de que los beneficiarios, aunque sean iletrados, sí conocen los dígitos, debido a la necesidad de poder subsistir y de manejar algo de dinero para realizar sus compras. Eso permite que puedan de manera muy rápida aprender a leer y a escribir. El programa se imparte de manera audiovisual, contiene 65 clases, con una frecuencia de dos cada día, por lo que en dos o tres meses las personas son alfabetizadas.

    “Los ambientes donde funciona también suscitan interés, porque va a las casas. Nosotros diagnosticamos en las comunidades a los analfabetos, y allí mismo identificamos a los maestros voluntarios y los capacitamos para que nos apoyen en las clases. Esto resulta bastante productivo al evitar que deban trasladarse a instituciones educativas u otros lugares, pues muchos son adultos mayores o jóvenes que sienten pena de su condición intelectual. De ahí la efectividad y aceptación notables que cuentan a favor del método”.

    No por gusto ambas naciones han expresado la voluntad política de estrechar este vínculo y trabajan en la renovación del convenio para dar pasos más sólidos. Panamá aspira a alfabetizar a otras 5 mil personas rumbo a 2024, con el propósito de que contribuyan a eliminar la pobreza. Ello impone una gran carga de responsabilidad a la colaboración cubana, con la que Cruz Ferreyra ha debido lidiar en los últimos dos años.

    ¿Qué experiencias guarda de esta labor? ¿Qué ha aprendido usted?

    “Al margen de lo que me ha aportado en los planos personal y profesional, he podido percibir la realidad tan difícil que se vive en países con contrastes muy fuertes: gente rica y gente que tiene una vida muy dura. Realmente va siendo algo extraordinario porque, aunque llevo casi un cuarto de siglo en el sector de Educación, esto ha incrementado mi apreciación sobre fenómenos tan complejos que condicionan la existencia de los seres humanos. Si las personas no saben leer ni escribir, no pueden acceder a la información; están limitadas. Por eso es importante la luz de la enseñanza que expandimos por Panamá”.

    Dentro de las muchas vivencias y anécdotas que acumula de su estancia en la nación istmeña, ¿cuál de ellas lo ha dejado impactado?

    “Son varias, pero la más chocante fue cuando visitamos una comunidad de la comarca indígena Ngäbe-Buglé. Había acabado de llegar a ese país y luego de caminar inmensamente, por sitios abruptos, fuimos a una vivienda y nos tropezamos con más de 20 personas para solo dos habitaciones, niños que dormían en el piso y adultos que no trabajaban. Cuando comenzamos a hablarles, no tenían qué comer y algunos de los pequeños estaban enfermos. Creo que es de las cosas que más me han conmovido.

    “Hay otras muy fuertes. Alfabetizamos a abuelos de entre 80 y 90 años, que aprenden a leer y a escribir a esa edad con un entusiasmo tremendo, e impresiona el valor que estas personas humildes, que viven en la miseria, le otorgan a la educación. Como nunca tuvieron la posibilidad, uno se asombra de cómo llegan, te abrazan y dicen: ‘Yo doy gracias porque no quería morirme sin poder escribir algunas notas, o leer la Biblia’…”.

    ¿Cómo ha sabido este programa cubano adaptarse a una cultura similar, pero diferente?

    “Si bien somos latinoamericanos y compartimos una misma identidad, diferimos en algunas costumbres. Hemos intercambiado con personas que viven en las áreas comarcales y la directiva de estos pueblos indígenas nos ha transmitido el deseo de conservar las raíces que los identifican. Por ejemplo, que los niños y niñas aprendan a leer y a escribir en sus dialectos. Eso nos ha obligado a traducir las cartillas y a disponer de un intérprete en las clases durante el momento en que se imparten. Les enseñamos en las dos lenguas, y es increíble, aprenden”.

    La pandemia de la Covid-19 planteó un desafío para la brigada cubana en Panamá. Ante la suspensión de las actividades docentes, muchos ejercieron como voluntarios para ayudar a la distribución de bolsas de alimentos a los más pobres. Sin embargo, los protocolos diseñados para el funcionamiento del programa educativo en medio de este contexto epidemiológico, ganaron la aprobación de las autoridades sanitarias, lo que permitió que retomasen sus labores bajo la premisa del distanciamiento físico. Allá aún ha sido imposible volver a las aulas, pero el gesto solidario de la alfabetización sigue iluminando los rincones del país, incluso en condiciones adversas. En esa luz va la alegría y regocijo de un maestro cienfueguero por el simple hecho de sentirse útil.

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