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Pensar y hacer Revolución en permanente diálogo crítico

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La democratización de la cultura en Cuba con el triunfo de la Revolución el 1ro de enero de 1959 permitió establecer el diálogo permanente y respetuoso entre los principales líderes políticos y los creadores de las expresiones artísticas y literarias de obra reconocida y variadas estéticas, para de manera conjunta y consensuada, configurar la política cultural del Estado y sus instituciones en un proceso complejo, contradictorio y de confrontación de ideas, como clave de una acción política para concretar una ideología patriótica, nacionalista, revolucionaria y socialista, capaz de movilizar a las masas y llevar a cabo el proyecto de raíz martiana y fidelista. La creación del sistema institucional de la cultura está en función de este principio que favorece la justicia social y el humanismo en una patria independiente y soberana.

La cultura se sedimenta en la cotidianidad de la confrontación con los diferentes públicos que disfrutan la literatura y el arte, fomentada por las promociones de creadores de diversos posicionamientos estéticos, egresados en su gran mayoría de los centros de la enseñanza artística y las universidades que se fundaron a la largo de la Isla durante estos años. Siguiendo esos derroteros conceptuales discurre la vida cultural en Cuba desde los años iniciales de la Revolución.

Pensar y hacer Revolución, como dijo Fernando Martínez Heredia, requiere la mirada crítica hacia el andar cotidiano en la aplicación de la política cultural. La democratización de la cultura descansa en el intercambio permanente donde aprehendemos el ser cubano y comprendemos mejor el sentido de la cubanía. De ahí la necesidad de volver constantemente al diálogo crítico del quehacer cultural, al intercambio sobre el hecho artístico y literario que caracterizan lo plural unitario de lo cubano, con el enfoque sistémico que involucra a creadores, promotores, técnicos, especialistas, funcionarios públicos, decisores y otros actores sociales.

Aclaro antes de proseguir, que en la herencia patriótica y revolucionaria cubana, la cual descansa en el ideario de Céspedes, Agramonte, Maceo, Gómez, Martí, Mella, Villena, Guiteras y Fidel Castro Ruz, no tienen espacio en el debate los cubanos apátridas, zanjoneros, anexionistas y los “incorregiblemente reaccionarios”. Algunos de mis compañeros piensan que tampoco deben tenerlo quienes, en un discurso de medias tintas, intentan estar bien con todos los bandos, o “comprender” tanto al enemigo u hostil, que a la larga esgrimen casi sus mismos presupuestos.

Por historia, tradición, cultura y respeto a los que derramaron su sangre por una Cuba independiente y soberana jamás debe permitirse volver a los tiempos del tutelaje imperialista norteamericano, cuyo actual gobierno ha arreciado su criminal bloqueo y alienta las acciones contrarrevolucionarias bajo la apariencia de protestas “pacíficas”, siguiendo el mismo esquema subversivo de  la Agencia Central de Inteligencia y las llamadas “revoluciones de color”.

No pretendo hablar de la historia intelectual del socialismo cubano, en el que hemos sido observadores y protagonistas, ni de mis personales concepciones sobre la aplicación de la política cultural, muchas veces críticas con polémicas decisiones en procesos que originaron las UMAP, el llamado quinquenio gris y el cierre de la revista Pensamiento Crítico, por citar algunos ejemplos. Y justamente sobre esta posición quisiera puntualizar que resulta siempre controvertido el juicio histórico y la interpretación de los hechos contemporáneos cuando se entreteje con la vivencia de los actores, como pretenden desde la urgencia de la inmediatez algunas personas al abordar los sucesos en La Habana a fines de noviembre. Y por eso propongo de manera reiterada ejercer el derecho a la libertad con responsabilidad y ética para profundizar en el intercambio iniciado por Fidel en junio de 1961 y fortalecido por el presidente Miguel Díaz-Canel durante el IX Congreso de la Uneac, en igual mes de 2019.

Hablo del diálogo sincero, decente y profundo de hombres y mujeres de las artes y la literatura comprometidos con su pueblo y un proyecto revolucionario de sociedad plenamente humana “con todos y para el bien de todos”, del Martí que vislumbró los peligros para la futura República debido a la política imperialista del gobierno de Estados Unidos. Aludo al diálogo que llega de arriba abajo, hasta la comunidad y el Consejo Popular en el día a día y que, por supuesto, no puede caer en saco roto, ni mucho menos debemos permitirlo, cuando sepamos que sus raíces están en el desconocimiento de las dinámicas artísticas o literarias en las esferas de decisión, en el abuso de poder, en la abulia de funcionarios públicos o la irresponsabilidad de los actores institucionales de la cultura, garantes de la aplicación de las políticas revolucionarias en la esfera cultural. Y coincido con el crítico de arte habanero, Helmo Hernández, al referirse recientemente a lo ocurrido frente al Mincult cuando expresara: “Tal vez sea bueno reflexionar sobre por qué nuestros canales no están lo suficientemente asequibles. Para el futuro deberíamos ayudar a canalizar las inquietudes por otras vías para que la gente no tenga la necesidad de hacer cosas como esas, que le hacen juego al enemigo”.

En Cienfuegos, el diálogo, el debate, el intercambio profundo y transparente, permitieron ampliar los espacios de libertad para la creación y el ejercicio del criterio sin cortapisas o limitaciones. Todos los actores políticos, sociales y culturales nos dimos cuenta que el diálogo queda trunco y deviene en algo formal cuando excluimos de la gestación en la toma de decisiones de las entidades culturales a los escritores y artistas de mayor jerarquía profesional, cuestión que por lo regular se expresa en la supresión unilateral y personal de la propuestas colectivas emanadas de los consejos asesores y técnico-artísticos.

La conducta revolucionaria en el ámbito de las artes y la literatura presupone reconocer y respetar el papel protagónico de las vanguardias políticas y artísticas en la batalla cubana —que considero debe ser más activa, creativa, radical y cotidiana, nunca de consignas—, contra la hegemonía cultural capitalista que pretende imponer nuevamente la dominación invocando la libertad que encumbra el individualismo y el egoísmo.

A lo largo de los últimos meses, creadores de la Uneac cienfueguera acudimos a numerosos encuentros para analizar, con el acompañamiento de las máximas autoridades del PCC y el Gobierno, los planteamientos o preocupaciones concretas de artistas y escritores de la vanguardia, con la participación de representantes de la AHS, la Upec, la Unhic, la Asociación Cultural José Martí, el sistema institucional de la cultura, los medios de prensa y el sindicato del ramo.

Muchos son los puntos abordados que encontraron respuesta de manera mancomunada, mientras otros en la esfera musical siguen prolongando su solución demasiado en el tiempo. Son días de acercar y unir a cuantos fuera posible en el diálogo cultural y el debate de los conflictos que se generan en la Revolución. Quizás nos falte una mejor atención colectiva y profesional a ese grupo de creadores jóvenes, profesionales o aficionados que vienen emergiendo y demostrando paulatinamente su talento en los espacios culturales y cuyas preocupaciones creativas, sin espacios de intercambios formales o no, quedan en los márgenes del debate y los intercambios antes apuntados.

Sin pretender hablar en nombre de todos los artistas y creadores de reconocido prestigio y calidad en Cienfuegos, considero que la atención a las problemáticas culturales, a las condiciones de creación y de vida, a las preocupaciones profesionales de artistas y escritores de jerarquía, han dejado de quedarse en lo discursivo y ganado visibilidad, errores e insuficiencias durante los análisis en que se aúnan voluntades y se desatan las potencialidades creativas de los seres humanos bajo la idea fidelistas de que “La cultura es lo primero que hay que salvar”.

*Presidente de la UNEAC en Cienfuegos

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