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Jesús Menéndez Larrondo: “Un amigo puro que no desaparece”

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“No esperes a que Jesús te bendiga y te oiga cada año, luego de la romería y el sermón y la salve y el incienso, porque él no espera tanto tiempo para hablarte. Te habla siempre, (…) como un amigo puro que no desaparece”, así escribiría Nicolás Guillén en su Elegía a Jesús Menéndez, el general de las cañas, el eterno líder de los azucareros cubanos, nacido el 14 de diciembre de 1911 en Encrucijada, actual provincia de Villa Clara.

De abuelo y padre mambises, creció en un hogar donde con frecuencia se escuchaban historias de rebeldía, de las cuales sin dudas se nutrió para hacer frente a las injusticias de su tiempo. Dotado de una admirable inteligencia, forjada en el conocimiento que ofrece el abrirse paso temprano en la vida, pues los escasos recursos económicos de la familia le impidieron ir más allá del cuarto grado, Menéndez fue uno de los principales dirigentes obreros y comunistas de entonces.

Sus funciones como líder sindical se iniciaron en el antiguo central Constancia. También encabezó un gremio de tabacaleros con quienes compartía labores durante el tiempo muerto de la zafra. Luego organizó y estuvo al frente de la Federación de Trabajadores de Santa Clara y, más tarde, forjó la Federación Nacional Obrera Azucarera, que por iniciativa suya devino Federación Nacional de Trabajadores Azucareros al incluir en su membresía a empleados y técnicos de todas las ramas de la industria.

Con la creación de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC), encabezada por Lázaro Peña, Menéndez se convirtió en la segunda figura del movimiento sindical cubano. También se desempeñó como representante comunista a la cámara, tarea que asumió como una manera eficaz de defender los intereses del pueblo y los trabajadores.

Entre 1930 y 1948 el sector azucarero fue objeto de considerables mejoras gracias a la incansable labor de este luchador. Una de ellas fue el diferencial azucarero, por el cual el “negro inteligente” —como alguna vez lo tildaron— se debatió en las propias entrañas del monstruo. Otra de sus campañas fue la del pro-pago inmediato, la higienización de los bateyes y el llamado retiro azucarero. En la persona de Jesús Menéndez, por primera vez tuvieron los obreros del sector un representante en las negociaciones de zafra ante los magnates estadounidenses.

“Siempre lo vi como a un guajirito acabado de salir del campo, con una ropa, unos zapatos y un sombrero muy modestos; sin dinero, pudiendo tener mucho, valiente, decidido, con mucho prestigio entre todos.

«Venía a reunirse con los dirigentes y luego recorría los centrales. Recuerdo que casi siempre había que recolectarle el dinero para el regreso y que dormía sin comodidad alguna, donde le cogiera la noche, encima de un buró o en el sitio que encontrara… así era de sencillo ese gran hombre», tal lo reseñó Cándido Ferry, a la sazón dirigente sindical en Cienfuegos.

De su modestia dio también testimonio Roque González, obrero del antiguo central Mabay y amigo de Menéndez, cuando contó la siguiente anécdota: «Un día de su cumpleaños le hicimos un regalo entre los compañeros de la Federación. Siempre lo hacíamos con todos. Él no aceptó aquel dinero; nos dijo que mejor le consiguiéramos una gramática, porque quería superar su lenguaje, ya que tenía que discutir constantemente con gente que sabía. Se le dijo que para eso lo mejor era un diccionario, y esta vez sí lo aceptó, complacido.

Era curioso: cuando Jesús hablaba con sus compañeros, en confianza, cambiaba letras a las palabras, pero cuando iba a la tribuna o intervenía en las reuniones, superaba casi por completo esa dificultad».

Tal era su influjo en las masas, su denuedo en la lucha por los derechos de los trabajadores, que no tardó el gobierno en ordenar su asesinato. Al ser acribillado por las balas aquel 22 de enero de 1948, Jesús Menéndez dejó caer un sencillo portamonedas del cual salieron tres pesos. El hombre que había vivido con tan poco, legaba, sin embargo, un insuperable caudal de ideas a las personas a quienes se consagró.

“Creo que si me corto las venas, corre por mi sangre un río de guarapo amargo”, de tal forma resumía el negro inteligente y militante de la justicia social los años duros de su peregrinar. Tal expresión es, al mismo tiempo, imagen de una vida ligada irrevocablemente a los cañaverales, entre cuyos surcos pervive su memoria.

Tras el cobarde homicidio, su personalidad devino símbolo del luchador proletario y su nombre estuvo desde entonces presente en el pensamiento de millones de cubanos, quienes no olvidan al hombre que ganó miles de batallas a favor de la clase obrera.

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