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Historia de Espinosita: un señor inverosímil en Cienfuegos

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AlfredoEspinosa Cienfuegos Cuba

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En La Habana, una vez graduado, al Doctor Alfredo Espinosa Brito le dijeron que lo mandarían para un lugar de Cienfuegos, en las montañas de Cumanayagua, casi imposible de identificar en el mapa. Sin embargo, aquello le pareció Francia comparado con la Sierra Maestra a donde los habían llevado en el año 1965.

A cada rato le llegaban historias de las dificultades que enfrentaban sus compañeros en el Servicio Médico Rural. Por eso, Alfredo se preparó. Hizo un internado que bajó quince libras. “Parecía un entrenamiento para los centroamericanos, no, para las olimpiadas”, contará a los entrevistadores más de 50 años después.

Según recuerda el renombrado galeno cienfueguero, allí se encontró con situaciones que le exigieron mucho. Muchísimo. “¿Una de las peores? Bueno, imagínate tú que me llega una pareja de personas retrasadas mentales. La mujer era la hija de un campesino que se había casado con uno de Cuevitas. Vino pariendo casi. Con una gritería terrible. Cuando le hago el tacto, siento una cosa blanda. ‘Viene pelviana’, pensé. ¿Pelviana? ¡El niño estaba muerto! Era un feto acráneo. Le he preguntado a obstetras de mucha experiencia y nunca han visto un acráneo. ¡Me tocó a mí, que solamente lo había visto en libros hasta entonces!”.

El Doctor Espinosa fue uno de los impulsores de la medicina rural en Cuba…

Recuerda que tuvo, durante sus andanzas por Crucecitas —así se llama el pueblo—, dos casos de partos con desgarro de cuello uterino, donde tenía que suturar hasta que cesara la hemorragia. Hubo un caso en el que se dijo: “nunca más va a parir”. ¡Porque mira que le metió puntos! Había que suturarla y suturó, suturó, suturó…

“¡Yo creo que le uní el cuello! Tuve que mandarlas para Cienfuegos para que las transfundieran luego. Toda esa operación era sin instrumentos prácticamente, solo contaba con una ‘valvita’, una lucecita. Las auxiliares de enfermería tenían sexto grado. Así que imagínense”, dice.

De la experiencia del servicio social, el Doctor en Ciencias Médicas valora los beneficios que le aportó el estar solo en un pico a más de 650 metros de altura, sin electricidad, sin petróleo. Siempre ha confesado en las entrevistas a la prensa que fue en Crucecitas donde se hizo médico.

Cerca del lugar en el cual trabajaba había una Unidad Militar; allí estaban el teniente, el sargento, el cabo y dos o tres guardias. Alfredo cuenta que por aquel entonces el Batallón Serrano era como de 500 campesinos, pero ya estaba desmovilizada la Lucha Contra Bandidos (LCB). Todos andaban con pistola, porque muchos habían luchado contra los alzados. Alfredo cuenta que le traían a las mujeres para que les hiciera el parto, pero con el machete y el revolver en la cintura. Un día apareció un paciente que era psiquiátrico y la gente creyó que era un alzado.

“Se formó un rollo del diablo”, dice—ahora—mientras se mece en el sillón de la sala de su casa.

medicinarural cuba

En la fundación de aquellos médicos rurales, nacidos con la Revolución, está la raíz ética que ahora es principio y conciencia. /Foto: Liborio Noval

¿Es verdad que su esposa le ayudaba con su trabajo?

Mi esposa estudió un tiempo Ingeniería Industrial. Entonces yo traté de hacer un laboratorito en medio de un closet, con un microscopio viejo para que ella hiciera los análisis. Había que esperar a que fuera de día, y de noche, cuando se ponía la planta.

Alfredo no ha cambiado mucho desde que nació, por muy exagerado que parezca. Si no fuera (ironías de la vida) por su salud deteriorada que lo obliga a moverse con un bastón por la casona; si no fuera por el cabello que ha ido cediendo de a poco a las leyes de la gravedad; si no fuera por la voz demasiado maltratada por años de magisterio y de conferencias y charlas con amigos, pacientes y familiares; si no fuera por algún gesto que recuerda que el tiempo no pasa por gusto, cualquiera pensaría que Alfredo está, ahora mismo, en la sala de su casa, empezando a vivir.

Por un convenio que había con los países socialistas, realizó la tesis doctoral en Checoslovaquia. Según recuerda, se titulaba Mortalidad en el adulto en tres provincias cubanas en los años 81 y 82. En su tesis, él comparó las mortalidades de los adultos en La Habana, Cienfuegos y Las Tunas, con los datos “frescos” que había reportado un reciente censo poblacional.

“El problema es que la gente muere según vive, entonces al analizar la mortalidad, puedes, retrospectivamente, detectar el estilo de vida que impera en determinada provincia”.

Así fue como se dio cuenta de algo que parece una obviedad: con médicos, hospitales, enfermeras se había llegado a un punto. Para seguir progresando en bienestar, calidad de vida, felicidad (anhelos que siempre han tenido los seres humanos), había que ir a los sectores, a la comunidad. Por ejemplo, Educación debía enseñar a la gente a disminuir los factores de riesgo como la falta de ejercicios físicos, el alcoholismo, el tabaquismo, la incorrecta inversión del tiempo libre. Había que tomar otras acciones independientes de la creación de hospitales, policlínicos.

De esa manera y de la mano de Alfredo, surgió el Proyecto Global, uno de las páginas mejor escritas de la historia de la Salud Pública cienfueguera.

Siempre ha debatido el tema de si debemos decir valores o virtudes. Comenta que “Martí nunca habló de valores, sino de virtudes; de la utilidad de la virtud, de que se necesitan más virtudes que talentos. En la religión se maneja mucho más el concepto de virtud. Se habla de las virtudes teologales: la fe, la esperanza, la caridad, que son la base. Se remontan a la época escolástica y son bastante tomistas. Por supuesto que la creencia que tenga un ser humano lo va a influir toda su vida”. En el caso suyo, criado en un ambiente católico, estudiante de una escuela católica incluso, esta afirmación parece una verdad como un templo.

En los Evangelios hay unos preceptos muy importantes: amar a Dios por sobre todas las cosas y amar al prójimo como a ti mismo. También está incluido en ese decálogo el respeto a los padres, no decir mentiras; no robarás, no matarás, no desearás a la mujer de tu prójimo… Lo más importante, indiscutiblemente, es la actitud de servicio a los demás. Y claro que en una profesión como la Medicina, esto influye. No sé si conscientemente.¿Ha reflexionado al respecto?

“Claro. Además, esa pregunta me la hacen frecuentemente”.

El primero que le hizo la pregunta, “al pecho, en el aire, y sin previo aviso” —aclara con picardía—fue Fabio Bosch en un Triángulo de la confianza. La pregunta fue en vivo, en una época donde no se hablaba mucho del tema. Alfredo le contestó que al final, la gente lo que no tolera es la simulación, ni la doble moral. “No es que yo sea un bravo, ni que ande regando eso. Solo trato de poner al servicio de los demás las cosas que me ha dado Dios. Pienso yo, otros dirán que fue la naturaleza”, afirma.

El Dr. Alfredo Darío Espinosa Brito, Alfredo o… Espinosita, como le llama todo el mundo, casi no puede salir de su casa. “Yo estoy en cuarentena desde hace rato”, confesó después a uno de los entrevistadores. La salud deteriorada, sin embargo, no le impide continuar buscando información y mandando correos. “He tenido que reformatearme. Hago tres sesioncitas de trabajo diariamente. Por la mañana, en la computadora, hasta las doce más o menos. Después descanso. Me pongo a leer el periódico. Por la tarde tiro dos o tres horas más. Y por la noche, en dependencia de como esté la televisión, continúo trabajando”.

Hoy se lamenta por no poder estar “al pie del surco”. Sin embargo, “desde bien a la retaguardia”, continúa aconsejando a quienes piden asesoría.

Me escriben amistades de todas partes para contarme lo que está pasando en sus países con el tema del coronavirus, y para preguntarme por Cuba. Otros, me mandan información para que yo la analice o verifique. Me mantengo haciendo lo que siempre he hecho en esta etapa: mandar correos, recibir correos. Algunas semillas caen en tierra fértil, como en la parábola del campesino”.

El corazón de Cienfuegos palpita en una casa que mira al Prado más extenso de Cuba. Cada diez minutos suena la aldaba. Son pacientes, vecinos, periodistas, estudiantes de la Universidad de Cienfuegos que vienen a buscar información. Una vez franqueado el umbral, el huésped descubre que hay libros por todas partes. Los Miserables, de Víctor Hugo; El vecino de los bajos, de Enrique Núñez Rodríguez; un texto sobre Martí, redactado por Cintio Vitier, así como una inmensa cantidad de literatura de (y sobre) el Apóstol, son algunas de las piezas que acompañan a tomos y tomos de Medicina en los anaqueles que celosamente preserva este señor inverosímil.

“El médico que solo de Medicina sabe, ni de medicina sabe”, ha sido la máxima de un galeno polifacético, que jugó pelota, incluso fútbol (además de softbol, hándbol, natación), cuando estudiaba en el colegio de Los Hermanos Maristas, y desde entonces, no ha dejado de seguir el deporte y debatirlo; a quien enseñaron a tocar guitarra unos tíos “medio fundadores del feeling”, cuando cursaba la carrera de medicina en La Habana.

Un señor a quien le fascina estudiar la Historia local, la demografía y las nuevas generaciones y que ha tenido tiempo para incursionar en investigaciones de “alto impacto social”, sin preocuparse “por el papelito y la burocracia”, porque piensa, como aseguró en una entrevista, que “el profesional de la salud de hoy no puede ser solo un administrador de verdades que otros le proporcionan y que él aplica en su práctica clínica, basado en su experiencia”.

Ha sido maestro de generaciones; ha vivido para los demás; ha cosechado amistades en Cuba y gran parte del mundo.

Se ha vuelto el corazón de una Ciudad, de tanto amarla.

Dr. Alfredo Espinosa

El doctor Alfredo Espinosa, Héroe del Trabajo de la República de Cuba, ha sido objeto de numerosas muestras de cariño y respecto./Foto: Yuliet Sáez

Por: Leyaní Díaz Hernández y Miguel Ángel Castiñeira García

Tomado de 5 de septiembre


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